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Victoria Camps / Filósofa

'Un virus tan contagioso nos ha hecho ver nuestra fragilidad y la necesidad de protegernos unos a otros'

Camps catedrática emérita de Filosofía Moral de la Universidad Autónoma de Barcelona y presidenta de la Fundació Víctor Grífols i Lucas, reconoce que “no hay fórmulas para envejecer bien, pues es evidente que cada cual envejece de forma distinta y esta no es predecible”, pero añade que “el modo en que la sociedad trata a sus mayores redunda en la imagen que estos tendrán de sí mismos"

M.S. / EM 09-07-2021

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Pregunta.- ¿Cuál cree que, en términos generales, ha sido la lección más valiosa que las personas hemos extraído de esta pandemia?

Respuesta.- A mi juicio, la lección más valiosa de la pandemia es que nos hemos dado cuenta de que somos muy interdependientes. Un virus tan contagioso nos ha hecho ver nuestra fragilidad y la necesidad de protegernos unos a otros. Es una lección contra el individualismo característico de las sociedades actuales en que uno atiende a sus deseos y aspiraciones y se desentiende de los demás.

P.- Como ha apuntado en varias ocasiones, la Covid-19 ha dejado a la vista nuestra fragilidad y vulnerabilidad. ¿Cree que los protocolos que guiaron la atención de los mayores en las residencias fueron los adecuados?

R.- No había protocolos para una situación tan desesperada. Es lo único que explica, aunque no justifica, que la atención a los mayores fuera improvisada y se tomaran decisiones inhumanas, como la de encerrar a los residentes en su habitación, impedirles el contacto con sus allegados e incluso negarles la atención sanitaria.

P.- En su opinión, ¿diría que esta pandemia marcará un antes y un después en la manera de gestionar el cuidado que tenemos en España?

R.- Por lo menos allí donde la gestión ha sido más caótica, como ha ocurrido con los geriátricos, una de las consecuencias de la pandemia debería ser replantearse sin demora cómo hay que cuidar y atender a los mayores dependientes. Es un hecho que solo una pequeña minoría de personas mayores escoge la residencia como opción voluntaria; lo que la mayoría desea es vivir esa etapa última de la vida como lo haría en su propia casa. Hay que procurar que los cuidados atiendan ese deseo, con más atención domiciliaria o espacios más acogedores que las residencias actuales.

P.- ¿Qué asignaturas considera que tenemos pendientes, en este país, frente a los modelos de atención que se aplican en otras partes del mundo con, incluso, niveles más altos de envejecimiento poblacional?

R.- No sé si hay países donde el tema está resuelto. Me temo que no del todo porque el envejecimiento de la población ha sido un fenómeno muy rápido y de dimensiones imprevistas. Pero aquí la Ley de Atención a la Dependencia apenas se ha aplicado por falta de recursos y de interés en hacerlo. Los países con más políticas sociales nos llevan la delantera.

P.- La ética del cuidado es, precisamente, el eje central del libro que acaba de publicar. ¿Cuál cree que es el motivo por el que el cuidado todavía no recibe el valor que merece? ¿Cómo puede revertirse esta situación?

R.- El cuidado ha sido una ocupación exclusiva de las mujeres y encerrada en la vida doméstica hasta que las mujeres han empezado a tener acceso al mercado laboral y a ocuparse de otras cosas en condiciones de igualdad con los hombres. Para que la igualdad real sea un hecho, que todavía no lo es, hace falta considerar que el cuidado es un deber de todos, hombres y mujeres, un deber privado pero también público, porque todos tenemos derecho a ser cuidados cuando haga falta.

P.- ¿Cómo podemos evolucionar, como sociedad, a ese cambio de paradigma al que usted se refiere para ir abandonando nuestra tendencia individualista y que predominen las relaciones y cuidado con los que nos rodean?

R.- El concepto de ciudades cuidadoras es interesante porque los municipios son más conscientes de las necesidades de la gente y están en condiciones de imaginar y poner en marcha proyectos que se responsabilicen de esas necesidades. Para que el cuidado sea visto como una obligación hay que olvidarse del paradigma del sujeto autónomo. Somos seres sociales, empáticos con los que sufren, una empatía que se extingue si no se cultiva. Por eso es bueno que las comunidades interioricen y proyecten esa actitud cuidadora.

P.- "El cuidado no es una cuestión privada, es una cuestión de interés público”, dijo usted en varias entrevistas. ¿Podría profundizar en esta afirmación?

R.- Las necesidades de cuidado son tantas que no podemos atenderlas solo desde la familia, que ha sido desde siempre la principal proveedora de cuidado. Los gobiernos y las Administraciones tienen que asumir obligaciones de cuidado allí donde los individuos solos no llegan. Como dice la politóloga Joan Toronto: en una “democracia cuidadora” la función de los gobiernos es “detectar necesidades y repartir responsabilidades”.

P.- Ha asegurado que “tenemos que aprender a envejecer”. ¿Cómo? Es decir, ¿qué pautas daría para envejecer bien?

R.- Creo que las pautas no son universales, no hay fórmulas para envejecer bien pues es evidente que cada cual envejece de forma distinta y la forma de envejecer no es predecible. Lo que sí sabemos es que el modo en que la sociedad trata a sus mayores redunda en la imagen que estos tendrán de sí mismos y en lo que podrán hacer si se van deteriorando física o mentalmente. También hay que aprender la lección estoica de que aceptar el envejecimiento, con todo lo negativo que supone pero sin renunciar a seguir viviendo con un cierto entusiasmo, depende de cada uno de nosotros. Depende de que no renunciemos a vernos como seres finitos que envejecemos y morimos y a tener muy claro que hay que prepararse para ello.

P.- Eso cuando hablamos de nosotros mismos, pero sí hablamos de nuestra relación con otro, ¿de qué forma podemos contribuir a que esa persona mayor se sienta mejor cuidada y que, en consecuencia, sea más feliz?

R.- Poniéndonos en su lugar, que es la regla básica de la moralidad. Cuidar es, sobre todo acompañar, además de asistir y ayudar a la persona que va perdiendo autonomía. Acompañar parece fácil, pero no lo es, implica dedicar tiempo a quienes sufren sobre todo porque se sienten solos.



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